Los Manifiestos de Don Juan de Borbón contra el Régimen franquista

Los Manifiestos de Don Juan de Borbón contra el Régimen franquista

19 de marzo 1945.- Don Juan de Borbón emite el primer manifiesto en Lausana

En 1942 Don Juan de Borbón se instaló en la localidad suiza de Lausana, desde donde siguió en contacto con España y sus seguidores monárquicos.

Desde allí dirigió a los españoles su primer manifiesto conocido como Declaración de 1945 o Manifiesto de Lausana por el que instaba al general Franco a abandonar el poder y a poner en marcha una serie de medidas liberales. Apostaba asimismo por una monarquía constitucional y democrática y por la reconciliación nacional en una España sin vencedores ni vencidos.

Al año siguiente, en febrero de 1946, Don Juan de Borbón fijó su residencia en Estoril, cercana a Lisboa, y desde allí, el 7 de abril de 1947,  emitió su segundo manifiesto.

Un tercer manifiesto, también desde Estoril, fue aprobado por Don Juan tres días después de recibir la carta en la que su hijo, el entonces Príncipe Juan Carlos, le comunica que el General Franco lo ha elegido como sucesor a título de Rey.

 

El Manifiesto de Don Juan de Borbón (Lausana, 1945)

 

"Españoles: conozco vuestra dolorosa desilusión y comparto vuestros temores. Desde el mes de abril de 1931 en que el Rey mi padre suspendió sus regias prerrogativas, ha pasado España por uno de los períodos más trágicos de su historia. Hoy, pasados seis años desde que finalizó la Guerra Civil, el régimen implantado por el general Franco, inspirado desde el principio en los sistemas totalitarios de las potencias del Eje, tan contrario al carácter y a la tradición de nuestro pueblo, es fundamentalmente incompatible con las circunstancias que la guerra presente está creando en el mundo. Corre España el riesgo de verse arrastrada a una nueva lucha fratricida y de encontrarse totalmente aislada del mundo. Sólo la Monarquía Tradicional puede ser instrumento de Paz y de Concordia para reconciliar a los españoles.

Por estas razones me resuelvo, para descargar mi conciencia del agobio cada día más apremiante de la responsabilidad que me incumbe, a levantar mi voz y requerir solemnemente al general Franco para que, reconociendo el fracaso de su concepción totalitaria del Estado, abandone el poder y dé libre paso a la restauración del Régimen Tradicional de España, único capaz de garantizar la Religión, el Orden y la Libertad. Bajo la Monarquía reconciliadora, justiciera y tolerante caben cuantas reformas demande el interés de la Nación. Primordiales tareas son: aprobación inmediata por votación popular de una Constitución política; reconocimiento de todos los derechos inherentes a la personalidad humana y garantía de las libertades políticas correspondientes; establecimiento de una Asamblea legislativa elegida por la Nación; reconocimiento de la diversidad regional; amplia amnistía política".

 

Primer Manifiesto de Estoril de Don Juan, 7 de abril de 1947

“Españoles:

El General Franco ha anunciado públicamente su propósito de presentar a las llamadas Cortes un proyecto de Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado, por el cual España queda constituida en Reino, y se prevé un sistema por completo opuesto al de las Leyes que históricamente han regulado la sucesión a la Corona.

En momentos tan críticos para la estabilidad política de la Patria, no puedo dejar de dirigirme a vosotros, como legítimo Representante que soy de vuestra Monarquía, para fijar mi actitud ante tan grave intento.

Los principios que rigen la sucesión de la Corona, y que son uno de los elementos básicos de la legalidad en que la Monarquía Tradicional se asienta, no pueden ser modificados sin la actuación conjunta del Rey y de la Nación legítimamente representada en Cortes. Lo que ahora se quiere hacer carece de ambos concursos esenciales, pues ni el titular de la Corona interviene ni puede decirse que encarne la voluntad de la Nación el organismo que, con el nombre de Cortes, no pasa de ser una mera creación gubernativa. La Ley de Sucesión que naciera en condiciones tales adolecería de un vicio sustancial de nulidad.

Tanto o más grave es la cuestión de fondo que el citado proyecto plantea. Sin tener en cuenta la necesidad apremiante que España siente de contar con instituciones estables, sin querer advertir que lo que el país desea es salir cuanto antes de una interinidad cada día más peligrosa, sin comprender que la hostilidad de que la Patria se ve rodeada en el mundo nace en máxima parte de la presencia del General Franco en la Jefatura del Estado, lo que ahora se pretende es pura y simplemente convertir en vitalicia esa dictadura personal, convalidar unos títulos, según parece hasta ahora precarios, y disfrazar con el manto glorioso de la Monarquía un régimen de puro arbitrio gubernamental, la necesidad de la cual hace ya mucho tiempo que no existe.

Mañana la Historia, hoy los españoles, no me perdonarían si permaneciese silencioso ante el ataque que se pretende perpetrar contra la esencia misma de la Institución monárquica hereditaria, que es, en frase de nuestro Balmes, una de las conquistas más grandes y más felices de la ciencia política.

La Monarquía hereditaria es, por su propia naturaleza, un elemento básico de estabilidad, merced a la permanencia institucional que triunfa de la caducidad de las personas, y gracias a la fijeza y claridad de los principios sucesorios, que eliminan los motivos de discordia, y hacen posible el choque de los apetitos y las banderías.

Todas esas supremas ventajas desaparecen en el proyecto sucesorio, que cambia la fijeza en imprecisión, que abre la puerta a todas las contiendas intestinas, y que prescinde de la continuidad hereditaria, para volver, con lamentable espíritu de regresión, a una de esas imperfectas fórmulas de caudillaje electivo, en que se debatieron trágicamente los pueblos en los albores de su vida política.

Los momentos son demasiado graves para que España vaya a añadir una nueva ficción constitucional a las que hoy integran el conjunto de disposiciones que se quieren hacer pasar por leyes orgánicas de la Nación, y que además, nunca han tenido efectividad práctica.

Frente a ese intento, yo tengo el deber inexcusable de hacer una pública y solemne afirmación del supremo principio de legitimidad que encarno, de los imprescriptibles derechos de soberanía que la Providencia de Dios ha querido que vinieran a confluir en mi persona, y que no puedo en conciencia abandonar porque nacen de muchos siglos de Historia, y están directamente ligados con el presente y el porvenir de nuestra España.

Por lo mismo que he puesto mi suprema ilusión en ser el Rey de todos los españoles que quieran de buena fe acatar un Estado de Derecho inspirado en los principios esenciales de la vida de la Nación y que obligue por igual a gobernantes y gobernados, he estado y estoy dispuesto a facilitar todo lo que permita asegurar la normal e incondicional transmisión de poderes. Lo que no se me puede pedir es que dé mi asentimiento a actos que supongan el incumplimiento del sagrado deber de custodia de derechos que no son solo de la Corona, sino que forman parte del acervo espiritual de la Patria.

Con fe ciega en los grandes destinos de nuestra España querida, sabéis que podéis contar siempre con vuestro Rey.

JUAN

Estoril, 7 de abril de 1945”

 

Carta del Príncipe Juan Carlos comunicando a Don Juan la propuesta de Franco como sucesor a título de Rey, 15 de julio de 1969

“Queridísimo papá:

Acabo de volver de El Pardo adonde he sido llamado por el Generalísimo; y como por teléfono no se puede hablar, me apresuro a escribirte estas líneas para que te las pueda llevar Nicolás, que sale dentro de un rato en el Lusitania.

El momento que tantas veces te había repetido que podía llegar, ha llegado y comprenderás mi enorme impresión al comunicarme su decisión de proponerme a las Cortes como sucesor a título de Rey.

Me resulta dificilísimo expresarte la preocupación que tengo en estos momentos. Te quiero muchísimo y he recibido de ti las mejores lecciones de servicio y de amor a España. Estas lecciones son las que me obligan como español y como miembro de la Dinastía a hacer el mayor sacrificio de mi vida y, cumpliendo un deber de conciencia y realizando con ello lo que creo es un servicio a la Patria, aceptar el nombramiento para que vuelva a España la Monarquía y pueda garantizar para el futuro, a nuestro pueblo, con la ayuda de Dios, muchos años de paz y prosperidad.

En esta hora, para mí tan emotiva y trascendental, quiero reiterarte mi filial devoción e inmenso cariño, rogando a Dios que mantenga por encima de todo la unidad de la Familia y quiero pedirte tu bendición para que ella me ayude siempre a cumplir, en bien de España, los deberes que me impone la misión para la que he sido llamado.

Termino estas líneas con un abrazo muy fuerte y, queriéndote más que nunca, te pido nuevamente, con toda mi alma, tu bendición y tu cariño.

JUAN CARLOS”

Esta carta fue escrita a mano por el entonces Príncipe Juan Carlos comunicando a su padre, Don Juan, que el General Franco le había comunicado su elección como sucesor a título de Rey, saltándose el orden de sucesión histórico.

Reproducida del libro “Don Juan” de Luis María Ansón, el periodista, presente en Villa Giralda, Estoril, en el momento de la entrega de la carta por parte de Nicolás Cotoner, marqués de Mondéjar, preceptor del Príncipe Juan Carlos, explica cómo reaccionó Don Juan, al que se refiere como “el Rey”, tras leer la carta:

“El marqués de Mondéjar llega a las diez menos veinte. Lema le acompaña hasta el despacho del Rey.

Mondéjar se cuadra ante Su Majestad, da un taconazo e inclina la cabeza.

- Señor –dice con los ojos bajos-, le traigo a V.M. esta carta del Príncipe.

Don Juan la toma entre sus gruesas manos de lobo de mar, la abre y la lee lentamente.

Está escrita con letra clara y firme.

Al terminar la lectura, Don Juan deja la carta abierta sobre la mesa del despacho.

- Dios dirá… -musita, y se le humedecen los ojos-. ¡Qué le vamos a hacer!

Luego se interesa por el viaje de Mondéjar.”

 

Segundo Manifiesto de Estoril de Don Juan, 19 de julio de 1969

“Españoles,

En 1947, al hacerse público el texto de la llamada Ley de Sucesión, expresé mis reservas y salvedades sobre el contenido de esa ordenación legal en lo que tenía de contraria a la tradición histórica de España. Aquellas previsiones se han visto confirmadas ahora, cuando al cabo de veinte años se anuncia la aplicación de esa ley. Para llevar a cabo esta operación no se ha contado conmigo, ni con la voluntad libremente manifestada del pueblo español. Soy, pues, un espectador de las decisiones que se hayan de tomar en la materia y ninguna responsabilidad me cabe en esta instauración.

Durante los últimos treinta años me he dirigido frecuentemente a los españoles para exponerles lo que yo considero esencial en la futura Monarquía: que el Rey lo fuera de todos los españoles, presidiendo un Estado de Derecho; que la Institución funcionara como instrumento de la política nacional al servicio del pueblo, y que la Corona se erigiese en poder arbitral por encima y al margen de los grupos y sectores que componen el país. Y junto a ello, la representación auténtica popular; la voluntad nacional presente en todos los órganos de la vida pública, la sociedad manifestándose libremente en los cauces establecidos de opinión; la garantía integral de las libertades colectivas e individuales, alcanzando con ello el nivel político de la Europa occidental, de la que España forma parte.

Eso quise y deseo para mi pueblo, y tal es el objetivo esencial de la Institución monárquica. Nunca pretendí, ni ahora tampoco, dividir a los españoles. Sigo creyendo necesaria la pacífica evolución del sistema vigente hacia estos rumbos de apertura y convivencia democrática, única garantía de un futuro estable para nuestra Patria, a la que seguiré sirviendo como un español más y a la que deseo de corazón un porvenir de paz y prosperidad.

Estoril, 19 de julio de 1969”

 

Luis María Ansón, explica en su libro “Don Juan”, como se vivieron aquellos días en Villa Giralda:

“A las diez de la mañana, Sainz Rodríguez y Areilza perfilan el Manifiesto del Rey, ayudados por Satrústegui, en la terraza del hotel Palacio. Por la tarde, alertada por Juan Tornos, Doña María entra en la secretaría y advierte que no puede llevar fecha del 18 de julio. Se le pone fecha 19.

Es falso que Doña María intrigase durante esos días en contra de su marido. En los momentos más difíciles, y especialmente durante aquella semana terrible, Doña María permaneció siempre al lado de Don Juan. Estuvo también, eso sí, haciendo todo lo posible para que no se produjera un choque entre el padre y el hijo. Y su tacto, su habilidad y su firmeza fueron decisivos para que no se llegara a una situación de ruptura.

Sainz Rodríguez ha sacado adelante lo sustancial del texto por él redactado. Ansón, que tiene el primer borrador aprobado por Don Juan, solo advierte, aparte de varios matices, la supresión de una frase importante: “Como padre me siento en el deber de bendecir a mi hijo el Príncipe de Asturias y desearle que acierte en la decisión que he tomado.”

Sólo un historiador, Luis Suárez, ha calibrado el alcance del Manifiesto, una de las piezas magistrales en la estrategia global de Sainz Rodríguez. “Si se meditan cuidadosamente las palabras que en él se dicen –escribe Suárez-, podemos llegar a descubrir una profundidad de intenciones expuestas con gran inteligencia y habilidad que escaparon a los comentaristas coetáneos. La Dinastía Real, en el largo paréntesis de treinta y siete años, había contemplado como prioritarias dos misiones: conservar la unidad entre sus miembros sin repetir las divisiones de 1830, y proporcionar un candidato que pudiera ocupar el trono. Lo original, en este caso, era que no se manejaba un nombre sino dos, con alternativas diferentes: Don Juan no aceptaba la legalidad del procedimiento seguido para la restauración, pero se abstenía de alzar la bandera en contra de su hijo. En 1969, el objetivo fundamental, la restauración de la Monarquía, parece a punto de conseguirse puesto que Don Juan Carlos recibía el juramento de las Cortes. Pero Don Juan Carlos no abdicaba. Si la operación resultaba mal, cosa que los consejeros de Estoril afirmaban, y el Régimen de Franco era derribado antes o en el momento de la muerte de éste, se mantendría siempre la imagen de una Monarquía partitocrática y constituyente como propuesta de futuro.”

 

 

 

 

Fuentes:

Documentos históricos de la Monarquía española https://www.fororeal.net/docshistoricos.htm